Debo confesar que no he leído lo suficiente sobre la vida de Nelson Mandela ni he visto la película Invictus que es una especie de biografía de este destacado líder sudafricano.
Pero de lo poco que he leído de este gran hombre que pasó 27 años encarcelado por defender sus ideales y los de su gente, llego a la conclusión de que Nelson Mandela no es un hombre de rencores ni de revanchas.
De ser así, cuando llegó a la presidencia de Sudáfrica luego de ser liberado de la prisión, habría gobernador lleno de rencores y odios, pero hizo todo lo contrario.
Dio una lección de humanismo a los hombres y mujeres de su raza y demostró a quienes lo encarcelaron durante tantos años, que a pesar de ello, su corazón noble y sus anhelos de transformar a su nación, no cambiaron.
Mendela dijo alguna vez en los primeros meses de su mandato, refiriéndose a los que gobernaron su país bajo el signo del ominoso Apartheid:
“…Sé muy bien todo lo que nos negaron en el pasado, pero no es el momento de celebrar una pequeña revancha. Este es el tiempo de construir con cada ladrillo que podamos tener”.
Cuando ganó la presidencia de Sudáfrica, en todo el mundo surgió la duda de cómo gobernaría Nelson Mandela.
Muchos, sin duda alguna, pensaron que lo haría lleno de rencor y de coraje.
Pero no fue así.
En el diccionario de su corazón, como ocurre con el mío, no existen esas ni otras palabras que transforman al ser humano en un animal salvaje.
Y vaya que no fue nada fácil para Mandela el poder gobernar bajo el signo de la concordia y de la unión de esfuerzos.
Su gente, la raza negra, que es mayoría en esa nación y que vivió bajo el yugo del poder de los blancos durante casi trescientos años, estaba ávida de venganza.
Querían cobrarle todas las afrentas a los afrikáners que gobernaron al país desde 1948, pero Mandela les dijo que ya no eran sus enemigos sino sus socios en la lucha por la democracia de Sudáfrica.
Con Nelson Mandela se cometió una gran injusticia durante casi tres décadas.
En todo ese tiempo que estuvo en prisión fue vejado y obligado a realizar trabajos forzosos que no lograron doblegarlo sino que por el contrario, reafirmaron más sus convicciones y logró proyectarse con más fuerza hacia el exterior de su país a grado tal que varios gobiernos exigían su liberación inmediata, la que se dio hasta 1990.
Al salir de la prisión se condujo con moderación, generosidad y compasión.
Sin duda alguna que Nelson Mandela debe haber entendido la grandeza de Jesucristo cuando este perdonó a quienes le crucificaron.
Es seguro que Mandela también debe saber que el sándalo cuando es herido por el hacha del leñador, despide un agradable aroma que perfuma el ambiente y los sentidos de quien lo hiere.
Y sobre todo, siempre sabe que la paciencia y la humildad que fue característica de mujeres como la Madre Teresa de Calcuta y de hombres como Mathama Gandhi, eran el antídoto natural para contrarrestar los efectos de su aislamiento y su confinación en la cárcel.
El ejemplo de grandeza de Nelson Mandela debe ser un faro que guié a los hombres y mujeres de bien en todo el mundo, hacia puerto seguro.
De todos aquellos que como este gran líder sudafricano, entienden que si no viven para servir, no sirven para vivir.
La lectura es vida, lo demás…es lo de menos…hzr@prodigy.net.mx
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