domingo, 10 de julio de 2011

Temas y...el perdón

Cómo me hubiera gustado asistir al diálogo que se dio hace unos días en el Castillo de Chapultepec entre representantes de las víctimas colaterales de la guerra contra el crimen organizado y el presidente Felipe Calderón.
Lo que no se bien a bien, es si en calidad de periodista o de familiar de una de las víctimas de esa maldita confrontación que ya ha dejado casi 40 mil muertos en lo que va de este sexenio del gobierno federal.
Leyendo las crónicas de la reunión del Castillo de Chapultepec, no pude contener las lágrimas pues pensé en todas y todos aquellos que han muerto víctimas de ese enfrentamiento entre los criminales y los guardianes del orden.
¿Lágrimas?
Si, lágrimas por mi sobrino Luis Enrique, destacado ser humano que sin haber estudiado la carrera de manera tradicional de Odontología, era un reconocido dentista que hacía el bien sin mirar a quién allá en El Salto, Durango.
Todo este tiempo me he preguntado por qué mueren personas como Luis Enrique, quien fue arteramente asesinado por un grupo de sicarios que le dispararon a quemarropa con cuernos de chivo cuando cerraba su consultorio dental para dirigirse, acompañado de su hermana la más pequeña, Anita, a su casa. Ella se salvó de milagro pues dos balas rozaron sus brazos.
Apenas habían pasado escasos meses de la muerte de su hermana, mi sobrina, Janett quien murió a raíz de las intensas quemaduras que afectaron prácticamente toda su superficie corporal cuando estalló un tanque de gas en su casa.
Viendo llorar a la señora María Herrera, con cuatro de sus hijos desaparecidos, pidiéndole al presidente Calderón que atendieran su caso, no pude contener el llanto.
Y es que como dice esa frase que un día salió de mi inspirado cerebro, Un ser humano sin sentimientos es como una guitarra sin cuerdas (ya la han leído más de 4 mil personas en Frases y Citas que está en Internet que para mí son un extraordinario número pues hay miles de ellas y no es tan fácil localizarla).
Como lo narraron las crónicas, el encuentro en el Castillo de Chapultepec, fue una de las más emotivas ceremonias a las que ha asistido, en lo que va de su mandato, el presidente Felipe Calderón.
No debe haber sido nada fácil estar frente a frente con los familiares de muchas de las víctimas inocentes de la guerra contra el crimen organizado, que estuvieron encabezadas por el poeta y escritor, Javier Sicilia.
Mucho menos pedirles perdón, como se lo exigió el ¿viudo, huérfano?, ¿cómo llamar a un padre que pierde a sus hijos?, Javier.
Y tiene razón el presidente Calderón cuando dijo:
“Sí, sí, es de pedir perdón por la gente que murió a manos de los criminales…Si de algo en todo caso me arrepiento, no es de haber enviado Fuerzas Federales a combatir a criminales (sino de) no haberlos mandado antes y no haber tenido un operativo justo en Cuernavaca, precisamente que pudo haber atrapado primero a la banda que mató a Francisco(Sicilia)”.
Pero también me hubiera gustado que atraparan a los sicarios que asesinaron cobardemente a mi sobrino Luis Enrique que no tenía nada que ver con ellos, señor presidente.
Simplemente por haber atendido a un paciente uno o dos meses antes de su muerte, que traía problemas con esos asesinos, fue que lo mataron, pensando en que tal vez le habría hecho alguna confidencia mientras lo atendía en su consultorio.
Sin embargo, yo también perdono a los asesinos de mi sobrino, como me dijo en entrevista el padre de Francisco Javier Arredondo, uno de los dos estudiantes que murieron en el fuego cruzado de soldados y criminales allá en Monterrey el año pasado: “Perdono a los que mataron a mi hijo”.
La lectura es vida, lo demás…es lo de menos…hzr@prodigy.net.mx

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