Aquel día, mi modesta convicción de socialista trasnochado se derrumbó como castillo de naipes. No puedo presumir que conocía a fondo los fundamentos del socialismo.
Como todo joven que es rebelde por naturaleza y que en esa etapa de la vida se deja arrastrar por la vorágine de los movimientos revolucionarios, me había atraído todo aquello que se relacionara con Ernesto El Che Guevara, Fidel Castro, Ho Chi Ming, Mao Tse Tung, Carlos Marx y Federico Engels.
En mi cuarto de la casa paterna, dibujé y creo no lo hice tan mal, los rostros de El Che y los dos líderes comunistas de Viet Nam y de China: Ho Chi Ming y Mao.
Mi convivencia con profesores a los que también atraía el socialismo o el comunismo, como Renán Liera Villegas, me hizo conocer el manifiesto guerrillero y sentir cierta admiración por Genaro Rojas y Lucio Cabañas.
Pero había ciertas contradicciones en mí.
Por un lado, mi condición de casi pequeño burgués y el hecho de ir a enrolarme en las fuerzas armadas de Estados Unidos.
¿Cómo querer pertenecer al ejército de un país considerado el peor enemigo del socialismo y del comunismo?
Bueno en realidad, me intención de ingresar al ejército norteamericano era más bien la de poder tener la posibilidad de estudiar una carrera, aprender bien el inglés y ya después regresar a mi país.
Cuando fui a la representación de las fuerzas armadas en San Bernardino, cerca de Los Angeles, California, acababa de terminar la guerra en Viet Nam.
El oficial que me atendió preguntó que si tenía papeles de estancia legal en Los Estados Unidos y mi respuesta fue negativa.
“I`m sorry”, dijo y las ilusiones de enrolarme en el ejército, hicieron ¡plop!
El veterano de la guerra que me acompañó, Nuffy, me dijo que tal vez si mi petición se hubiera dado en los momentos álgidos de la guerra, me habrían aceptado de inmediato porque muchos de los que murieron en combate, eran latinos, más que anglosajones y que para enrolarse en las fuerzas armadas no les pedían papeles.
Pero como ya habían terminado los combates, mi enrolamiento no fue posible.
Un día platicando con la madre de Nuffy, doña Dorita, abordamos el tema de la guerra, de los socialistas, los comunistas y los capitalistas.
En un tono casi doctoral, quise presumirle mis conocimientos sobre las teorías socialistas y más que nada, darle una repasada a los odiados capitalistas.
Entre otras cosas, le dije a doña Dorita que por qué si habían inventado un rastrillo que se podía utilizar de por vida para rasurarse, no lo fabricaban en Estados Unidos.
Que de esa manera los consumidores, sobre todo aquellos pobres –la bandera de los socialistas- no tendrían que estar comprando rastrillos cada tanto tiempo.
Y así, le enumeré otros productos durables e imperecederos.
“Está muy bien lo que dices y eso refleja que tienes buenos sentimientos, pero imagínate qué pasaría con las empresas manufactureras. Una vez que todos los varones en edad de rasurarse tuvieran su rastrillo para toda la vida, tendrían que cerrarse las fábricas pues ya no sería rentable la producción y en consecuencia mucha gente se quedaría sin empleo y otras más se verían afectadas y así hasta el infinito.
Con aquella contundente respuesta quedé como si el famoso Muhamed Alí me hubiera estrellado uno de sus puños en pleno rostro.
El razonamiento de doña Dorita me hizo razonar, como diría algún clásico y entender de otra manera las cosas.
Por eso ahora que escucho a aquellos que en campaña dicen que van a fabricar rastrillos para que con uno sólo nos rasuremos toda la vida, no puedo dejar se sonreir...
La lectura es vida...lo demás, es lo de menos@prodigy.net.mx
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