Otra vez tengo un dilema:
En el futbol internacional cuando se realizan los Mundiales, siempre le voy a la selección de Brasil.
Y no es que sea malinchista ni nada parecido, sino más bien realista, es decir que nuestra selección no tiene el nivel de los brasileños o de otros equipos ganadores de esa contienda deportiva mundial.
Desde niño me llamó la atención el deporte de las patadas y la magia de los brasileños me hizo considerarlos siempre como los grandes favoritos para disputar la corona de cada Campeonato Mundial que disputan y que por cierto no han fallado a ninguno.
Como todos sabemos, en el Mundial de 1950 celebrado en Brasil, la selección de Uruguay le ganó a los brasileños por dos goles a uno y aquella tragedia deportiva se conoce como el Maracanazo, pues el partido se celebró en el estadio Maracaná que tiene un aforo para 200 mil espectadores.
¿Y por qué el dilema?
Porque desde hace unos días llegó un huésped a mi casa, que es la casa de ustedes.
Al parecer, no he querido investigar para no regarla, es nativo ¡de Uruguay!
Sí, yo que debería rechazar a los uruguayos porque le propinaron a la selección de futbol de Brasil la derrota más dolorosa hasta ahora, en la historia de los Mundiales, le he dado posada a este charrúa que llegó de manera inesperada.
¿Qué hago? ¿Le digo que se vaya? ¿Lo saco de mi casa?
El problema es que no es muy comunicativo. Prácticamente ni habla. Bueno es un decir.
Y además, tengo que ser muy reservado pues se podría descubrir que está en el país ¡sin papeles!
¿Cómo llegó hasta La Paz? ¡No lo sé!
Y la verdad es que fue un regalo. ¿Un regalo?
Sí, porque se trata de ¡un perico!, al parecer de origen uruguayo y según se supo hace unos días la Profepa detuvo a quien los andaba ofreciendo en venta porque no pudo demostrar la legítima propiedad de estas aves que en México están dentro del rango de animales en peligro de extinción.
Por lo pronto ya lo bauticé como Pepito Charrúa y aunque todavía no ¿habla?, parece que insistiendo podrá emitir algunos sonidos similares a palabras, como sucede con los de su especie.
Cuando niño, en casa de mis padres hubo un perico, también llamado Pepito y se aprendió mi sobrenombre, Beto, que lo repetía con frecuencia. El día que se quemó el Cine Alameda del pueblo, mi hermana Nancy lo primero que se llevó para salvar nuestros bienes del incendio, fue a Pepito con todo y jaula.
Los pericos han sido parte de la vida de muchos mexicanos.
Es más, hubo un gobernador, Ignacio Loyola Vera, que tenía un perico espía en la Casa de Gobierno en Querétaro. Se hizo famoso. El perico, no el gobernador.
Los más famosos piratas, traían un perico o cotorro sobre el hombro.
Hay una infinidad de chistes sobre pericos. Hay pericos que se creen perros o gatos.
También ahora, se le llama perico a una suerte de droga sintética.
En fin, si toca la mala suerte de que a Pepito Charrúa lo deporten, pues como decía el colega Lupillo ¡Ni modo!, pero si no es así, pues ya le estaré platicando cuando aprenda a hablar, bueno eso de hablar, hablar, como los humanos, no es posible pero imitan las voces y se escucha como si en realidad estuvieran hablando, si es que lo hace o qué es lo que pasa con el paso del tiempo, con este perico uruguayo…
La lectura es vida, lo demás…es lo de menos…hzr@prodigy.net.mx
P:D: ¡Eureka! Dice la Profepa que sí están legales. Además, Pepito trató de escaparse desoldando un barrote de la jaula !con el pico!
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