“Jefe, aquí lo busca un señor muy sospechoso”, me dijo al otro lado de la línea telefónica, Manuel el guardia que vigila el acceso a las oficinas de nuestro periódico.
“En primer lugar tiene un nombre extranjero, medio raro, como esos de la Cosa Nostra italiana”, me dijo.
“Y además me dio un tremendo susto, porque se me hace que trabaja para el Cártel de Juárez”, me dijo Manuel un tanto agitado.
“Y de pilón se hace acompañar por el tipejo ese que trae a todos y todas con el Jesús en la boca en la telenovela Abismo de Pasión el tal Ramiro Mendoza”, agregó el ya preocupado guardián del orden.
“El, parece un viejo bonachón, pero se me hace que es para despistar y trae al villano ese de la tele cargándole un portafolios, que de seguro ha de traer lleno de coca o de billetes”, me deslizó el fiel guardián de la puerta principal de El Sudcaliforniano.
“A ver a ver, Manuel, calmado, vamos por partes, como dijo Jack el Destripador de Londres”, le dije para calmarlo.
“¿Por qué supone usted que ese señor que me busca trabaja para el Cártel de Juárez?”
“Porque cuando le pregunté que para quién trabaja me dijo muy clarito que para ¡El Señor de los Cielos!, el tal Amado Carrillo que si bien ya se petateó todavía tiene sicarios por todos lados y estos dos bien pueden ser parte de ellos”.
¡Ah caray, caray!, diría Jesús Murillo Aguilar, cuando preguntó ¿usted es la señora Cachana? allá en Todos Santos y la interpelada le dijo: ¡Cachana su madre!
“Entonces si es así no lo deje pasar, que tal y si viene a ofrecerme un trato indigno, algo sucio y yo ni siquiera soy el editor de la Sección Policiaca”, le dije un tanto temeroso a Manuel.
Me quedé pensativo, sacando conclusiones sobre lo que me decía Manuel al otro lado de la línea.
No era común que un enviado de El Señor de los Cielos insistiera en hablar conmigo.
Yo les aseguro que no tengo ni he tenido relación con alguien del crimen organizado. Es más, no se imaginan cuánto lo pienso para matar una mosca o una cucaracha.
No me gusta complicarme la existencia.
Está bien que una ocasión, hace como 30 años don Carlos Morgan, don Héctor Villarreal, el simpático y rubicundo Jorge Lennin y un servidor discutíamos y valorábamos la posibilidad de que se asaltara un banco, se detonara una bomba, aunque fuera yucateca, o algo parecido para lograr que en esta ciudad de La Paz hubiera una noticia de 8 columnas para la página, que no Sección Policiaca, de entonces.
Y es que por aquellos días no había tanto relajo con eso de los robos, asaltos, secuestros, amenazas por teléfono o internet ni nada parecido. Todo era tranquilidad. El reportero de la fuente policiaca batallaba para llenar la página 12. Hoy, hasta falta espacio.
Es más, una de las notas principales que recuerdo fue aquella de que dos hermanos que tenían años de no mirarse chocaron con sus respectivos vehículos, en una de las céntricas calles de esta capital, ¡aunque usted no lo crea!
Así es que no tenía sentido eso de que allí en la recepción estaba un enviado de El Señor de los Cielos y su cargaportafolios.
En eso pensaba cuando de repente entró a mi oficina Julián García uno de los fotógrafos del periódico y me dijo:
“Hemberto. Ira. Allí afuera está el padre Mario Menghini que quiere hablar contigo para que le publiques un artículo sobre el Papa Juan Pablo II y viene con el empresario de las papelerías, Ramiro Mendoza y el guardia Manuel, tu paisano de Tayoltita, no los quiere dejar pasar”.
¡Chin!, así que ellos eran los personajes que el fiel guardián confundió con un enviado de Amado Carrillo, alias El Señor de los Cielos y con el que hace sufrir al Damián y a la Elisa en Abismo de Pasión, el tal Gabino Mendoza.
¡Pues claro que el padre Menghini trabaja para el señor de los cielos: Dios!
“Por favor Manuel hágalos pasar y por favor ya deje de ver telenovelas y de leer tantas notas rojas”, le dije al fiel escudero.
La lectura es vida, lo demás…es lo de menos…hzr@prodigy.net.mx
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