jueves, 30 de agosto de 2012

Temas y...¿homenaje?

En diciembre del 2009 cuando visite mi pueblo de madera, allá en la sierra duranguense, me entristeció ver que la calle principal, muy distinta a como la vi en mi niñez y adolescencia, pues ahora está pavimentada, se llama Ismael Hernández Deras.

Para quienes no están muy familiarizados con la política, les diré que ese es el nombre de quien fuera gobernador del estado de Durango en el periodo sexenal 2004-2010 y quien, seguramente, apoyó las obras de pavimentación de dicha avenida principal del pueblo.

Me hubiera gustado que la calle lleve el nombre de mi amigo director de cine Juan Antonio de la Riva quien en su película El Gavilán de la Sierra, una de las últimas en las que interviene con un protagónico el ahora nonagenario Mario Almada, varias escenas se recrean en ese pueblo.

Siempre he estado en contra de que a las calles o edificios públicos se les impongan los nombres del presidente de la república, del gobernador o gobernadora, o del presidente o presienta municipal en turno.

Los políticos están obligados a cumplir con sus obligaciones y de ninguna manera se les debe rendir homenaje perpetuando sus nombres de esa manera.

Sobre todo porque suele suceder, con mucha frecuencia, que después de que una calle o un edificio público o alguna instalación deportiva llevan su nombre, que el servidor público aquel resultó un ladrón o una persona indeseable.

¿Se acuerda usted de la estatua aquella en memoria de Vicente Fox que fue derribada el 13 de octubre del 2007 en el malecón de Boca del Río, Veracruz, por unos 80 indignados vecinos que no estaban de acuerdo en que se le rindiera homenaje de esa manera al Bato con Botas?

La estatua apenas había sido colocada allí sobre el malecón de esa población veracruzana la madrugada de ese día.

En Ciudad Insurgentes, 250 kilómetros al norte de La Paz (para los que nos leen en el resto de la república mexicana) el busto que Lucio Espinoza Chavira mandó colocar para perpetuar su memoria como delegado municipal de la comunidad, fue derribado al día siguiente de haber sido ubicado en una de las arterias de esa población agrícola.

Por cierto cuando Lucio me habló hace 3 años para decirme que un grupo de colegas habían decidido imponerle mi nombre a un certamen estatal de periodismo, estuve a punto de decirle que no porque no soy muy afecto a esas cosas, pero prácticamente ya hasta habían distribuido la convocatoria respectiva y ni modo.

Todo esto viene a colación porque acabo de leer que allá en Tangamandapio, Michoacán, los habitantes de esa población michoacana colocaron una estatua a la entrada del pueblo en honor de Jaimito El Cartero, aquel personaje al que le dio vida en la serie El Chavo del 8, Raúl “El Chato” Padilla y que mencionaba con frecuencia el nombre de aquella comunidad donde, obviamente no había nacido pero que seleccionó con los ojos cerrados sobre un directorio telefónico y su dedo índice se quedó entre Tingüindín y Tangamandapio, decidiéndose por esta última.

Ese nombre llegó a muchos países en los que se transmitió y se transmite la famosa serie de televisión.

Yo creo que ese monumento si es bien merecido aunque se trate de un personaje ficticio.

Y sobre todo de un servidor público, simpático, dicharachero y servicial.

No de un político, hipócrita, convenenciero, rastrero, oportunista y etcétera. ¿No cree usted?

La lectura es vida, lo demás…es lo de menos…hzr@prodigy.net.mx





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