No
tuve el privilegio de conocerlo de muchos años.
Pero
en los pocos meses que me distinguió con su amistad, pude comprobar la calidad
humana y el orgullo de Mario Menghini Pecci por su apostolado: misionero
comboniano.
Apenas
hace unas semanas me había pedido que publicáramos en las páginas de El Sudcaliforniano, una breve reseña de
su vida y la de otros combonianos que como él, han llevado el mensaje de fe,
esperanza y caridad por el mundo y muy en específico, por Baja California Sur
desde 1951 cuando arribó a estas tierras.
Nunca
me lo dijo, pero creo que a le gustaba que le expresara algunas palabras en
italiano, idioma natal de este misionero que, cosas de la vida, no alcanzó a
cumplir los 90 años, pues Dios lo llamó a su reino, cuando faltaba un día para
ese gran acontecimiento.
El
padre Mario Menghini Pecci se relajaba y se sentía cómodo en esa silla de mi
oficina en la que los que se sientan, aunque vayan de visita de doctor, suelen
quedarse por más tiempo del que pensaban.
Escuchaba
respetuoso, mis opiniones de lo que estaba sucediendo en el mundo en los
momentos en que él me visitaba en mi oficina de la Jefatura de Información y
luego me daba su profunda y enriquecedora opinión.
Los
que ejercen el sacerdocio suelen ser personas muy estudiosas.
Conocen
de todos los campos del saber humano.
Eso
le permite a uno, mejorar sus conocimientos y aprender de quienes ya caminaron
por los senderos que todavía nosotros no pisamos.
Cuando
la sucesión de Benedicto XVI, el padre Mario dijo que él también creía que podría
haber un Papa negro, es decir un cardenal del continente africano, pues en
aquella región del mundo la Iglesia católica esta muy consolidada y ha crecido
en el número de fieles. Faltó poco para que así fuera, pero finalmente quedó el
cardenal argentino, Francisco Bergoglio, hoy Papa Francisco.
Al
padre Mario le gustaba hablar de su tierra natal.
De
repente, yo lo sacaba de onda, con algún chiste o un comentario jocoso, que procesaba
muy bien por tantos años de conocer la idiosincracia de los mexicanos.
Le
gustó aquella columna en la que narré que durante su visita al periódico para
verme, el guardia que entonces se llamaba Manuel, me comentó que al preguntarle
de parte de quién y en qué trabajaba, el padre le había dicho que para el señor
de los cielos y que entonces, mi paisano Manuel, pensando en el extinto Amado
Carrillo, alias El Señor de los Cielos,
no le permitió la entrada, pues podría tratarse de un sicario que pretendía
hacerme daño, pero no, el padre Mario se refería a que él era un siervo de
Dios.
Un
día, llegó a visitarme y lo noté cansado.
Me
dijo que había sufrido una recaída, pero que ya se estaba recuperando. Yo sentí
que la voz se le apagaba.
El
viernes pasado me llegó un correo enviado por Genovevo Cota Haros, en el que se
daba a conocer que el padre Mario Menghini Pecci había fallecido esa mañana, un
día antes de cumplir los 90 años.
Hacía
escasos dos meses, el 9 de junio, había perdido a mi señora madre y ahora a un
buen amigo, al que sólo le diría lo que en su poema hecho canción dijo Alberto
Cortez:
“…Cuando
un amigo se va, queda un tizón encendido, que no lo puede apagar, la llegada de
otro amigo…”.
Addio,
amico padre, che Dio l'abbia santo regno. Arrivederci.
Descanse
en paz, el padre Mario.
La lectura es vida,
lo demás…es lo de menos…hzr@prodigy net.mx
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