Primero,
aquella gata cruzaba por la terraza donde escribo los sábados y domingos, para
merodear en otras casas.
Luego
le gustó el lugar para parir y dio a luz a dos gatitos, sin pensar que ese
acontecimiento bien podría provocar una crisis marital, pues resulta que a mi media naranja no le gustan los gatos.
Un
sábado, de repente empezó a emitir unos lastimeros maullidos que más bien
parecían quejidos y luego se contorsionó y dio muestras de que tenía problemas
de salud.
Probablemente,
alguien la había tratado de envenenar o ella atrapó algún ratón envenenado,
según el diagnóstico del médico veterinario al que le llevamos la gata ese
sábado, en un acto humanitario.
Desde
ese día ha estado en observación y, aunque parece haberse recuperado, todo
indica que quedarían secuelas del veneno y podría no utilizar su extremidad
delantera derecha, lo que impediría que pudiera desplazarse como antes, lo que
resulta trágico para un felino.
De
los dos gatitos, uno desapareció misteriosamente y el otro está en la terraza donde
no le ha faltado alimento y todo parece indicar que podrá salvarse.
¿Debí
o no actuar de esa manera?
Dicen
que en la forma de tratar a los animales, se conoce lo humano de las personas,
palabras más palabras menos y creo que sobre esta máxima todos deberíamos
reflexionar.
A
propósito, la gran Elena Poniatowska narra que en una de sus entrevistas al
genial cineasta de origen español, Luis Buñuel, este le dijo: “Siento una gran
piedad por los animales porque son inocentes”.
Y
cuenta la admirada escritora, ex princesa real, que el polémico director
surrealista la invitaba a ver unos ratones blancos que había en un escaparate
cerca de la casa del cineasta, en Félix Cuevas allá en el Distrito Federal.
“Mira
este va a ser muy bueno, este es malo, este es un avaro, esta es una coqueta”
así como se estuviera hablando con la gente. No hacían nada, sólo miraban los
ratones.
A
veces me pasa lo mismo, con eso de hablarle
a los animales.
Y
no es porque se me bote la chaveta,
sino que aun cuando los animales son seres irracionales, sienten la bondad en
las palabras.
Cuentan
que el gran San Francisco de Asís, platicaba
con los animales.
Allí
está, la narración de San Francisco y el lobo.
Se
dice que San Francisco de Asís era tan humano que en el invierno solía salir
con un tarro de miel a darle a las abejas para así restituirles la miel que
daban a los hombres y que de esa forma, tuvieran ese alimento en esa época del
año en que escaseaban las flores.
Desde
luego, hay personas a las que no les gustan los animales, de ningún tipo.
Y
hay una cantidad enorme de quienes padecen fobias a diferentes animales.
Hay
otras que los tienen por montones.
Yo,
para no entrar en conflictos maritales, sólo tengo, un perico uruguayo, del que
alguna vez le hablé en este espacio, dos periquitos australianos, padre e hijo
que quedaron viudo y huérfano y una tortuga, de la que también algún día en
este espacio, le conté la historia de que había desaparecido junto con otra y
que luego de dos meses fue encontrada sana y salva. Había un lagartijo, pero de
pronto desapareció.
Pero
ahora tengo el dilema sobre si integrar o no a esa lista, a la gata y su
gatito, pues corro el riesgo de que me manden a jondiar gatos de la cola.
¿Usted
qué piensa?
La lectura es vida,
lo demás…es lo de menos…hzr@prodigy.net.mx
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