“¿Cuándo va
regresar mi papá?”
Eso le han preguntado una y otra vez a su madre
Esperanza, sus hijos de 10, 8 y 6 años de edad, desde el pasado 17 de
septiembre cuando su esposo Diego, murió, junto con otros 5 pobladores de El
Chirimoyo, allá en el estado de Guerrero, por el deslave de un cerro.
La tragedia ocurrió cuando habitantes de aquel poblado
enclavado en el municipio de Acatepec, en la sierra guerrerense, registraban en
fotografías, los daños que las torrenciales lluvias generadas por Ingrid y Manuel habían provocado en la zona en esos días en que también en
otras regiones de esa entidad sureña, otras tragedias similares enlutaban
modestos hogares.
Resulta que el representante de El Chirimoyo acudió
ante las autoridades superiores para reportar los daños y se le dijo que tenían
que llevar una muestra gráfica de los mismos para que se les pudiera apoyar.
Como no recibieron apoyo para tomar esas fotos, lo hicieron ellos pero con tan
mala suerte que cuando retornaban a sus hogares, vino la tragedia matando a seis de ellos,
entre los que se encontraba Diego, que venían caminando un tanto rezagados cuando
de repente una avalancha de lodo se los llevó sin que sus compañeros pudieran
hacer nada por ellos.
El cuerpo sin vida de Diego fue localizado en otro
municipio y su esposa e hijos quedaron en el desamparo, sin dinero para el
sepelio y ahora sin el sustento que él les proveía.
Cuando se reclamó a las autoridades que ayudaran para
los gastos de los entierros de los cuerpos de cinco de los seis pobladores que
murieron aquel 17 de septiembre, se les dijo que no había manera y además que
los responsables de su propia muerte habían sido ellos. ¡Cuanta insensibilidad!
¿Qué habría pasado si en esa media docena de
fallecidos hubiera figurado un empleado del gobierno, en cualesquiera de sus
tres niveles?
Los seis pobladores de El Chirimoyo no murieron por su
gusto, realizaban una tarea importante para poder ayudar a su comunidad
mostrando pruebas fehacientes de lo que había sucedido con las lluvias
torrenciales generadas por Manuel e Ingrid.
La tragedia de La Pintada, en la que también un
deslave de un cerro cobró la vida de poco más de medio centenar de personas, la
conocimos porque los medios de comunicación audiovisuales la difundieron con
profusión.
La tragedia de El Chirimoyo, no despertó el interés
noticioso y salvo la crónica de un periódico de circulación nacional donde la
leí, nadie se habría enterado de ella.
¿Cuántas más ocurrieron y que no las registraron los
medios informativos?
¡Ah!, pero el gobierno estatal, asegura que se
advirtió a los pobladores de la geografía guerrerense, vía Twitter y Facebook,
que Manuel e Ingrid eran un verdadero peligro para su integridad física y que se
debían tomar las precauciones debidas.
El problema es que ni Diego, ni los otros cinco
indígenas que murieron aplastados por el lodo, junto con él, tenían tuiter ni mucho menos feisbuc (como suenan).
¡Pinche tecnología, no sirve para salvar vidas!
Ni siquiera para responder a los hijos de Esperanza,
cuándo va a regresar su papá.
La lectura es vida, lo demás…es lo de
menos…hzr@prodigy.net.mx
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