Un fuerte olor a quemado me empezó a inquietar.
Pensé que el vehículo en el que viajábamos, se venía
incendiando y en cuanto tuve oportunidad me hice a un lado de la carpeta
asfáltica y detuve la unidad motorizada.
Me sorprendí cuando al observar abajo del vehículo y
en las llantas delanteras, las balatas ¡al rojo blanco!
Ese color es indicativo de cuando un metal o algo
similar, llega al máximo de su calentamiento.
Por ser un automóvil con transmisión automática, no
podía ayudarle a frenar reduciendo la velocidad con la palanca de los cambios y
por ello la presión de las balatas sobre los discos era tan intensa pues
descendíamos de poco más de 2 mil metros, al nivel del mar.
Antes de llevar a cabo ese extraordinario viaje, se
cambiaron las balatas de las 4 llantas, precisamente, para mayor seguridad.
Hay historias de accidentes que se dieron en esa
carretera porque los vehículos involucrados se habían quedado sin frenos y,
algunos de los conductores, no vivieron para contarla.
Era 1988 y cuando ocurrió el incidente, disfrutaba con
la familia de un viaje de vacaciones del que regresábamos por la carretera
Durango-Mazatlán que es famosa por la zona conocida como El Espinazo del Diablo y en la que se pueden atrapar las nubes con
la manos, por la elevación de ese tramo.
Se habla de un número importante de trabajadores
muertos durante la etapa de construcción de esa carretera pues se ubica sobre
lugares de difícil acceso y de mucho peligro para los que trabajaron en la obra.
El tiempo que se consumía al utilizar esa vía de comunicación
era de entre 6 a 8 horas.
A 25 años de distancia, el panorama es distinto:
ahora, existe una supercarretera con algo así como una veintena de túneles y el
impresionante Puente Baluarte, el más alto de su tipo en Latinoamérica, que fue
inaugurado hace apenas 5 meses y que nos hizo sentirnos muy orgullosos a los
duranguenses.
¡Perooooooooooooooooo!
Resulta que a casi medio año de haberse puesto en
funcionamiento la nueva carretera, esta ha presentado serias fallas como
grietas y deslaves que han provocado el cierre temporal de la misma y las
consiguientes molestias para quienes la utilizan en ambos sentidos y además es
una de las autopistas de cuota más caras del país, pues cuesta unos 525 pesos.
Y yo pregunto:
¿Por qué si la inversión de esta impactante obra de
comunicación terrestre se triplicó al concluirse la obra, no se hizo con la
calidad y la durabilidad que se requiere?
De los 8 mil 889 millones de pesos que originalmente
costaría la supercarretera Durango- Mazatlán, finalmente tuvo un costo de 23
mil 385 millones de pesos, inversión que se aplicó casi, en un 100 por ciento,
durante el mandato sexenal de Felipe Calderón.
Al ver la obra concluida, uno pensaría que si fue
necesario gastar enormes cantidades de dinero en ella.
Pero cuando hay antecedentes de una gran cantidad de
obras que se construyeron durante ese gobierno sexenal con sobreprecios, surge
la duda de si en realidad el costo real fue de los casi 24 mil millones de
pesos.
Y sobre todo, al saber que apenas a escasos 6 meses de
su puesta en funcionamiento, da la impresión de que es una obra con muchos años
de haber sido realizada.
¿Hasta cuándo se exigirá y más que exigir, se obligará
a que las obras de los tres niveles de gobierno sean de la calidad que deben
ser para que tengan una durabilidad aceptable y den un buen servicio a las
comunidades beneficiadas?
No lo se.
Pero creo que deberíamos preocuparnos por que sea
pronto por el bien de México y de todos sus habitantes.
La lectura es vida, lo demás…es lo de
menos…hzr@prodigy.net.mx
No hay comentarios:
Publicar un comentario