La
última vez que supe de ella, fue el pasado 14 de febrero, Día de la Amistad.
Ya
casi al concluir ese día, al filo de las 11:45 de la noche, Margarita llamó a
casa para desearnos felicidades por ese acontecimiento y se disculpó por llamar
tan tarde, arguyendo que lo hizo a esa hora porque en su agenda de amistades,
estábamos anotados hasta el último lugar, por el apellido Zamora.
No
recuerdo la fecha exacta en que nos conocimos, pero ya han caído muchas hojas
otoñales y realmente no nos frecuentábamos, por diversos motivos, sobre todo
por cuestiones laborales, pero sabíamos de nuestra existencia.
Una
vez asistí a la celebración de un aniversario de su modesto medio informativo
que con muchas penurias ella publicaba, pues la crisis económica por un lado y
la competencia de otros medios por el otro, la habían llevado a una situación
complicada de sobrevivencia periodística.
Por
cierto esa ocasión me presentó al empresario paceño Rubén Lope Castro, dueño de
las farmacias Baja California, con quien abordamos temas diversos y pude
observar que era buen conversador.
Días
después de ese encuentro, me visitó, acompañado por su cuñado Rolando Placier,
en la oficina de prensa que tenía a mi cargo en el Ayuntamiento de La Paz.
Me
dijo que le gustaba la manera en que redactaba mis colaboraciones que entonces
publicaba la revista Compás de mi
amigo Mario Santiago y que también leyó en varias ocasiones en el periódico La
Extra, ya desaparecido al igual que su propietario mi compadre, don Daniel
Roldán Zimbrón.
Que
quería que yo redactara un libro con las cartas que durante varios meses había
intercambiado con quien ya era su señora esposa entre México y Europa y que él
me proporcionaría todo el material disponible.
Aunque
el reto de elaborar un libro era enorme, acepté porque se trataba más bien de
hacer un acopio de aquellas cartas de amor que, al menos para él y su pareja
así como para sus descendientes, debía ser interesante.
Pasaron
varias semanas sin tener noticias de Rubén.
Un
buen día fui a preguntar qué había pasado, pues pensé que se había arrepentido
de aquel proyecto del libro, pero grande fue mi sorpresa al enterarme de que
días atrás a Rubén lo atropelló un vehículo en la ciudad de México y murió.
Por
supuesto, con su muerte, lo del libro explotó como pompa de jabón.
El
martes de esta semana que termina, me enteré de la dolorosa noticia de que
Margarita había sido encontrada sin vida en el departamento que rentaba en esta
ciudad de La Paz y que al parecer ya tenía dos o tres días de haber muerto.
Y es
que vivía sola con sus gatos y uno o dos perros, los que le hacían compañía.
Corrió
fuerte la versión de que ella había escapado por la puerta falsa y si así fue
no entiendo por qué tomó esa determinación.
Si
tuvo una depresión, no hubo quien pudiera escucharla y apoyarla para tratar de
superarla. Pudo haber llamado por teléfono, pero no lo hizo.
Como
ya tenía varias horas de fallecida, fue necesario sepultarla rápido y no hubo
tiempo de ir a darle un adiós para siempre y decirle que, como lo expresa en su
canción Alberto Cortés, “cuando un amigo (en su caso amiga) se va, queda un espacio
vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo; cuando un amigo se va
queda un tizón encendido que no se puede apagar, ni con las aguas de un río…”.
He
revisado la lista de los compañeros del gremio que han fallecido aquí en BCS, casi medio centenar y
son contadas las mujeres que en ella aparecen.
Margarita
Cerda, fue una ellas.
Descanse
en paz.
La
lectura es vida, lo demás…es lo de menos…hzr@prodigy.net.mx
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