Como esta
es la última columna del año y se acerca la Navidad y el Año Nuevo, quiero agradecerles
con infinita gratitud a quienes dedican uno poco de su valioso tiempo para leer
esta columna.
Decirles
que entiendo que en estas fechas se sientan un poco más estresados que de
costumbre.
Que comprendo
que quisieran llevar regalos para toda su familia, para sus amigos y para todos
aquellos por los que ustedes sienten afecto.
Pero los
sugiero que lo tomen con calma.
Que no se
afanen por obsequiar en estas fechas los mejores regalos.
Que no
siempre se aprecia más el valor material del obsequio, sino la intención.
Recuerdo haber
escrito en este modesto espacio, sobre una niña que estaba hospitalizada en un
centro de cancerología y que lo único que pedía como regalo de Navidad era un
par de alas para poder abandonar aquel lugar y vagar por el mundo.
La historia
de aquellos hermanos, que un día terminaron odiándose y que para no volver a
cruzar sus miradas, uno de ellos ordenó que se construyera un enorme muro de
piedra alrededor de su casa que estaba frente a la de su consanguíneo.
Pero el
maestro constructor al que le hizo el encargo de aquella obra producto del
resentimiento, en lugar del muro ¡construyó un puente!
Sí, tal y
como lo está leyendo: un puente.
Cuando el
hombre aquel que lo había contratado le reclamó que no hiciera lo ordenado y en
cambio hubiera construido ese puente que conectaba a las dos casas, el maestro
de obra le dijo que lo había hecho para que los hermanos se reconciliaran y que
ese tipo de puentes son los que necesitaba la humanidad, como los necesita en
estos tiempos para superar los momentos de crispación, de barbarie y de enojo.
Y
finalmente, les mencionó la historia siguiente:
“Hace tiempo, un hombre castigó a su
hija de 5 años por desperdiciar un rollo de papel dorado para regalos. Estaban
muy mal de dinero y se molestó mucho cuando la niña pegó todo el papel dorado
en una cajita que puso debajo del árbol de Navidad.
Sin embargo, la mañana de Navidad, la niña le trajo la
cajita con el papel dorado envuelta, a su padre, diciendo:
´Esto es para tí, Papá´.
El padre se sintió avergonzado por haberse molestado tanto
la noche anterior, pero su molestia resurgió de nuevo cuando comprobó que la
caja estaba vacía y le dijo en tono molesto:
´¿No sabe usted señorita que cuando uno da un regalo debe
haber algo en el paquete?´
La niña enjugando las lágrimas le dijo:
´Pero papi, no está vacía le puse besitos…¡hasta que se
llenó´!
El padre entonces, conmovido, tomó en brazos a la niña y
pidió que le perdonara su horrible manera de proceder.
Un tiempo después, un accidente se llevó la vida de la niña
y el padre conservó la cajita dorada junto a su cama por el resto de su vida.
Cuando se sentía solo y desanimado, metía su mano a la
cajita y sacaba un beso imaginario de ella.
`En un sentido muy cierto, todos nosotros los humanos hemos
recibido una cajita dorada llena de amor incondicional y besitos de nuestros
hijos, familia amigos...No hay regalo más precioso que uno pueda recibir`, dijo
el hombre entrecerrando los ojos y recordando a su adorada hijita”.
¡Feliz
Navidad y Prospero Año Nuevo 2014!...
La lectura
es vida, lo demás...es lo de menos...hzr@prodigy.net.mx
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