domingo, 5 de agosto de 2012

Temas y...el olvido

En la época en que el ahora galardonado con el premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa perdió las elecciones para presidente del Perú ante Alberto Fujimori, escribí una columna en el Diario La Extra de esta ciudad capital en el que entonces colaboraba y en la que hice un juego de palabras con los nombres del laureado escritor y del entonces secretario general de gobierno, Mario Vargas Aguiar.

La columna iniciaba con algo así como que ni Mario Vargas ni Antonio Manríquez podrían volver a ser candidatos.

Después me enteré que cuando empezó a leerla, el amigo Bianchi (no recuerdo su nombre), quien fungía como secretario privado de Mario Vargas Aguiar soltó el llanto y dijo que no era posible que su jefe ya no pudiera ser candidato a gobernador.

Al final de la columna aclaraba que no me refería a Mario Vargas Aguiar sino a Mario Vargas Llosa quien había sido derrotado en aquella contienda presidencial en Perú y a don Antonio Manríquez Morales quien había sido presidente de la Sociedad Mutualista por varios periodos y ya no lo sería más y no a Antonio Manríquez Guluarte quien había perdido la oportunidad de ser candidato a gobernador, ante Guillermo Mercado Romero.

Cuando Bianchi terminó de leer esa columna, respiró aliviado.

La anécdota la traigo a colación porque la semana pasada el nuevo reportero que ingresó a El Sudcaliforniano, Mahatma Fong –es su nombre real, no pseudónimo- se encontró a don Antonio Manríquez Morales en el Asilo de Ancianos y lo entrevistó.

Lleva ya 47 años desempeñándose como administrador del mismo.

Mucho tiempo, sin duda alguna. Y lo más admirable de todo es que no cobra un solo centavo.

Y además, prácticamente, don Antonio no falta a su labor, incluso ni enfermo.

Desde luego que no considero que el Asilo de Ancianos San Vicente de Paul sea algo así como una cárcel o un lugar de castigo para él ni para los asilados.

Desde luego que no.

Tengo mucho respeto por esos lugares.

Guardo por allí una carta de agradecimiento que me expidió el Patronato del Asilo de Ancianos de Ciudad Constitución pues durante algunos años fui uno de los donantes en dinero para ese centro de atención permanente a las personas de la tercera edad.

Lo que me parece injusto de la vida es que las personas terminen sus días en ese lugar.

Incluso, algunos con historias tan dramáticas que seguramente tocarían nuestros más profundos sentimientos.

¿En qué momento se deja de ser el simpático abuelito, para convertirse prácticamente en un estorbo? Eso no debe ser así.

Porque a veces se nos olvida, que si no se cruza antes la muerte en nuestro camino, llegaremos a la edad en que dejamos de ser útiles, no para convertirnos en unos inútiles, sino en seres que requieren de atención como si fueran unos niños.

También los seres humanos solemos olvidar los méritos y las buenas acciones.

En este espacio le conté hace varios ayeres la anécdota de Jean Marcel, un reconocido escritor y poeta que ya viejo, de 88 años fue a visitar a un médico para que le atendiera sin recibir pago alguno porque el pobre anciano no tenía ni para un mendrugo de pan.

No lo atendió aquel médico porque era un hombre arrogante y engreído.

Al día siguiente el periódico había informado que el célebre Jean Marcel había muerto en una fría banca del parque frente a la clínica de aquel doctor.

“Perdón señor. No soy digno de ti, no soy digno de que me mires. Todo lo que tengo te lo debo. Me enviaste un pobre y me habló con la voz del corazón. Yo lo escuché con el oído del egoísmo... mi vergüenza es grande... perdóname señor”, dijo el médico y rompió en llanto.

La lectura es vida, lo demás… es lo de menos… hzr@prodigy.net.mx

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